Aún nos queda la palabra

Un mosquito, desalado y desnutrido, recorría curioso la pantalla de mi ordenador cuando me disponía a escribir sobre la radio. Una premonición- me dije- un insecto tan ruidoso y convencional  en esta época del año, por qué intenta nutrirse de la tecnología antes de hacerlo de mi mano que la tiene mucho más cerca… ¿Probará encontrar  nuevas sensaciones más interesantes o sugestivas para su molesta picadura?; el caso es que este hecho cotidiano me vino “al pelo” o, mejor dicho, “al vuelo” de unas musas madrugadoras que determinaron compararlo con mi amiga la radio. Y digo radio y no ciberradio o radio en internet. Me refiero a aquélla que algunos disfrutamos en su época de mayor esplendor, que no temía a la recién nacida televisión, por mucho que quisieran compararla con su hermana mayor o relegarla a un segundo plano por carecer de imagen.

Sí, naturalmente me refiero a la radio unisensorial, sin imagen pero inspiradora de imaginación; menciono al medio más simple, más versátil, más barato; aludo al medio del sonido como único aliado, de la palabra sin rostro, a la del  susurro que te acerca el oído, a la música que te hace cerrar los ojos en su viaje al recuerdo. Hablo de la radio de los silencios, de esas pausas intencionadas, que te invitan a la reflexión. Me refiero, con añoranza, a un medio de comunicación que ya no existe con su vigor de antaño, que rebusca- como el mosquito- en la soledad tecnológica sin encontrar un sitio.

Sin duda, la ciberradio ha mejorado su calidad de emisión,  ha ampliado su potencialidad  de señal, ha agilizado su proceso productivo de elaboración de noticias, ha aprovechado las ventajas ofrecidas por la edición no lineal, se ha nutrido por la instantaneidad de la imagen, fija y en movimiento, proporciona al usuario una programación a la carta, según su deseo y preferencia, pero tales avances acontecidos en un lapso de tiempo, relativamente corto, demanda nuevas habilidades, un cambio de mentalidad en nuestras lógicas tradicionales, conocimientos de edición digital y multimedia, búsqueda de contenidos, de lenguajes, de fórmulas que se adecúen a esta otra radio, y que, hoy por hoy, no existen.

Por ello, y, mientras tanto, señores directores, programadores, presentadores, locutores, guionistas, realizadores, técnicos de la radio analógica, que hoy podéis estar concentrados en una única persona, no dejéis llevaros sólo por la improvisación o las prisas de lo informativo. Pensad que aquella radio de antaño puede y debe continuar en mayor o menor medida, en busca de una audiencia que añora la buena radio; aquélla que le hacía imaginar sin imagen, viajar sin movimiento, realizar otra actividad sin dejar de escucharla; la buena radio con buena voz, sugerente, sugestiva, atrayente, cercana; en definitiva, comunicadora. Algunos oyentes que fueron y otros que podrían llegar a ser, sueñan o esperan una radio bien hecha, creativa, innovadora… Es necesario un estudio profundo que desmenuce las sutilezas de las prácticas de consumo radiofónico, que busque fórmulas y comparta experiencias acordes con el cambio social, de nuevos hábitos y  de nuevas formas de vida.

Pero, mientras tanto, ahí sigue mi mosquito husmeando sin adivinar que mi mano está mucho más cerca para su alimento que lo que le pudiera  deparar la reluciente tecnología.

 

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