Empecemos con un poco de historia. Mi pasión por los videojuegos viene de familia. Con la tierna edad de seis años, una consola dominaba el salón: la Nintendo 64. Por aquellos tiempos, mis padres eran avezados gamers que jugaban al The Legend Of Zelda, Ocarine of Time, para muchos el mejor videojuego de la historia. Mi padre era el que manejaba el joystick y eliminaba a los jefes de las mazmorras. Mientras que mi madre era el cerebro del equipo, capaz de resolver cada puzle que se le pusiera por delante. Fue en esos difusos años cuando descubrí mi pasión por los videojuegos. Mi bautizo final llegaría con mi primera Game Boy y la fiebre de los Pokémon. Ninguna moda pudo con mi nueva afición: ni los gogos, ni los tazos, ni tan siquiera los juegos de cartas intercambiables como las Yu-Gi-Oh.
Mis pulgares han controlado a furibundos dioses ansiosos de venganza, a valientes guerreros que lo sacrificaron todo por un bien mayor. He comandado ejércitos y salvado o condenado el destino de muchos. Los finales de cada trama han despertado en mí la risa y el llanto, tanto o más que si hubiera visto una película. Porque jugar a un videojuego significa vivir una experiencia. No te limitas a ser un sujeto pasivo ante un monitor, de tu habilidad con el mando depende el destino de los protagonistas de la historia. Las decisiones que tomes durante la partida, harán que sientas como propias sus victorias pero también sus fracasos.
No dejes que arbitrarios artículos, empeñados en relacionar la violencia con el consumo de videojuegos, te confundan. Todo uso abusivo de un entretenimiento nos perjudica, y los videojuegos no van a ser menos. Pero hay que ir más allá. Los videojuegos no sólo divierten, también educan y hacen que nos ejercitemos mental y físicamente.
La Wii, consola de Nintendo, marcó un antes y un después en este sentido. Gracias a ella nunca fue tan fácil introducirse en el mundo de los videojuegos. En esos años, la consola abandonaba nuestra habitación para instalarse definitivamente en el salón del hogar. A su vez, surgieron juegos que nos ayudaban a mejorar nuestros cálculos mentales, como Brain Training, y que nos permitían ponernos en forma sin salir de casa.
Y aún hay más, los videojuegos tienen usos terapéuticos. Está demostrado que alivian el dolor y el miedo de los niños hospitalizados. Es necesario dar a conocer el trabajo de Juegaterapia, fundación que se encarga de recoger las consolas que ya no se usan y donarlas a los hospitales para conseguir que los niños con cáncer puedan olvidarse un poco de sus tratamientos y que su tiempo en el hospital sea lo más llevadero posible.
La propia concepción de los gamers, jugadores de videojuegos, ha cambiado. Hace ya muchos años que dejamos atrás la etiqueta de frikis o antisociales. Ahora forman parte de nuestras vidas. Han ocupado el salón, nuestros móviles y han conquistado hasta los periódicos. Leemos sobre videojuegos, tarareamos sus melodías y nos disfrazamos como sus protagonistas.
En cuanto a cifras, disponemos de datos aplastantes. Estamos ante una industria de entretenimiento audiovisual que factura más que el cine y la música juntas. Y los españoles somos, decididamente, unos apasionados del videojuego. Somos el cuarto país europeo en consumo y el sexto a nivel mundial.
Empecé este artículo queriendo explicar mi decisión de escribir sobre videojuegos, ahora me pregunto porqué he tardado tanto en hacerlo.
Sólo resta decir, larga vida a los videojuegos.